¡Hola! ¿Cómo estás?
Hoy no es lunes no. Es jueves. Pero un jueves especial.
Bizarrap con Shakira. Adidas x Gucci. O la pizzería La Mezzetta con los hipsters de Revolver. Hoy en #EstoNoEsEconomía sale la primera #Collab. El envío de hoy no lo escribí yo. Hice algo mejor: invité a una excelente economista para que me reemplace.
A Maia Mindel no la conozco en persona. Ni sé dónde trabaja ni muchos detalles sobre qué, cuándo o dónde estudió. Solamente sé que es una joven economista talentosísima, cosa que puedo inferir rápidamente leyendo su gran Newsletter (Some Unpleasant Arithmetic) y su Twitter.
Lo primero que supe de Maia fue que hizo un videíto/meme (imagino que este tipo de formatos tendrá un nombre que, dada mi edad avanzada, no conozco) hace un par de años muy gracioso resumiendo una discusión académica sobre el impacto económico de la migración entre dos popes del área: Michael Clemens y George Borjas. El videíto (que se recontra viralizó en su momento) ilustra muy bien sus talentos y el motivo por el cual es un placer que escriba en este espacio. Explica bien, claro y, fundamental, sin vender ni un poco de humo.
El envío de hoy si es economía. Maia Mindel nos explica todo lo que tenemos que saber sobre los aranceles de Trump.
Espero que te guste. Gracias por leer.
El tema del momento en la economía internacional no es la custodia de los hijos de la uruguaya Wanda Nara [n. de e. para quienes están en otro continente: Wanda Nara sería nuestra Victoria Beckham del subdesarrollo]; es el comercio. En un par de semanas de mandato, Donald Trump anunció, y des-anunció, aranceles del 25% sobre México y Canadá, implementó aranceles del 10% sobre China y del 25% sobre acero y aluminio, y está amagando con arancelar a la Unión Europea y a otros países. ¿Qué está pasando?
Primero. Qué es un arancel comercial, for dummies. Un impuesto que se paga sobre las compras que los nacionales hacen fuera del país, no sobre las ventas externas en sí.
La mayoría de los economistas están de acuerdo en que los aranceles comerciales, por fuera de productos puntuales o de cuestiones estratégicas, no son buena idea. ¿Por qué? Las famosas ventajas comparativas. Imagínense dos habitantes en una isla: Lionel Messi y Giordano (el difunto peluquero; n. de e., para los que viven fuera del continente, Giordano sería una especie de Chris McMillan del subdesarrollo). Si la isla puede producir dos productos (digamos, goles y cortes de pelo), entonces tendría sentido que Messi se dedique a producir goles, y Giordano a cortar el pelo. Esto es porque cada uno tiene una ventaja absoluta en producir goles o cortes. Pero imaginemos que Messi es no sólo el mejor futbolista del mundo, sino también el mejor peluquero (probablemente lo sea). ¿A qué debería dedicarse cada uno? Digamos que Messi es 500 veces mejor futbolista que Giordano, pero solamente 2 veces mejor peluquero. Si cada corte y cada gol valen 1 peso, Si Giordano corta pelo y Messi juega al futbol, Leo se lleva 500 pe y Giordano 1 pe. Si, por el contrario, Leo corta pelos y Giordano intenta meter goles, Messi se lleva 2 pe y Giordano se sigue llevando un pe. Una economía produce 501 pe, la otra produce 3 pe. O sea que lo razonable sería que Messi solamente produzca futbol, y que Giordano se ocupe de los cortes, incluso si Messi es objetivamente superior cortando el pelo. Esa es la magia de la ventaja comparativa: hacés algo lo suficientemente bien como para que los otros se enfoquen en sus talentos y todos ganen más (o al menos nadie gane menos). Los economistas defienden el comercio internacional porque permite que cada país se dedique a lo que más pueda producir para que aumente la producción, y el ingreso (de Leo y de Roberto, no solo de Leo ni solo de Roberto) lo máximo posible.
Pero si el comercio internacional es tan bueno: ¿por qué Trump está en contra? Un primer argumento es que no cobrar aranceles puede implicar distorsiones en las decisiones económicas (ya que algunas inversiones en capital no pagarían impuesto si son importadas). Este argumento es medio flojo porque el problema puede resolverse laburando directamente sobre los impuestos, y no sobre el comercio exterior.
El segundo argumento tiene que ver con el déficit comercial. El argumento es que, si un país tiene un déficit, entonces está “saliendo” dinero para irse a otro - específicamente, lo que están saliendo son dólares. En cambio, si tiene un superávit, está entrando dinero. Por eso, si seguimos el argumento, es mejor tener un superávit que un déficit - una lógica que, históricamente, se denomina “mercantilismo”, porque en el siglo XVIII lo que se buscaba era acumular oro y plata con un superávit comercial. Esta lógica es incorrecta, porque en el medio queda oculto el tipo de cambio: si un país tiene un superávit comercial, entonces el ingreso de oro (o de verdes) tiene que ir a algún lado. Digamos, por ejemplo, a las reservas del Banco Central. Para comprar el oro, el Central tiene que imprimir moneda - lo que, a la larga, aumenta la inflación. El tipo de cambio real (es decir, el valor de compra de la moneda en dólares o en oro) de un país con el resto del mundo cae si aumenta la inflación, tal que la moneda cobra demasiado valor y entonces el superávit tarde o temprano desaparece.
Como la emisión y la inflación implica tasas de interés reales más bajas (mucha plata dando vueltas, la conseguís más barato), pueden salir capitales del país, cancelando el efecto del superávit. En el caso contrario, si un país tiene déficit, entonces tiene que vender reservas, reduciendo la oferta de dinero y aumentando las tasas - tal que, o bien entran capitales al país, o la moneda (en términos reales) se devalúa, revirtiendo el déficit. Este argumento viene de David Hume, un filósofo y economista que escribió al respecto en 1752, y el argumento es incluso más válido para Estados Unidos porque comercia directamente en su propia moneda: en vez de tener que debatir si una devaluación causa inflación, directamente puede verlo.
El argumento final es el más famoso por estas pampas: que proteger la industria local con aranceles va a permitir desarrollar industrias propias. Para países en desarrollo, esto se conoce como el argumento de industria infante o naciente, y responde en gran medida a la historia: cuando todas las potencias actuales se industrializaron en el siglo XIX o antes, tenían aranceles altos. Entonces, si se restringen las importaciones, al cabo de un tiempo industrias locales aprenderían y reemplazarían los productos importados. El ejemplo favorito de Trump es el de la presidencia de William McKinley, que en 1890 impulsó un arancel del 49,5% - según el Donald con efectos muy positivos, ya que la industria americana pasó de ser el 7% de la producción global en 1860 al 32% en 1913. Este paper de Alexander Klein y Christopher Meissner, publicado en noviembre, mira el impacto de la política de McKinley usando datos muy específicos según industria y localidad. El resultado: las industrias más protegidas no sólo no tuvieron mayor producción ni mayor empleo, sino que también se hicieron menos productivas, ya que al competir menos las “peores” podían seguir vendiendo bienes sin tanto problema. Esto es generalmente consistente con otros papers recientes - por ejemplo este, de Yeo Joon, que examina el mismo tema y llega a la misma conclusión, o este de Douglas Irwin que también se pone de acuerdo con el resto. Trump está equivocado.
Pero no tenemos que irnos al siglo XIX para decidir si los aranceles funcionan o no. Podemos irnos a la presidencia de Trump - la anterior. En 2018, Trump impuso sanciones anti-dumping sobre los lavarropas (siguiendo regulaciones comerciales parecidas de Obama en 2012 y 2016), y les puso un arancel del 20%. Un paper de Aaron Flaaen, Ali Hortaçsu, y Felix Tintelnot de 2020 mira el impacto de estos tres aranceles (en 2012, 2016, y 2018) sobre los precios de los lavarropas. Para diferenciar el impacto sobre los lavarropas de los aranceles de, por ejemplo, precios de metales más altos (Trump también le puso aranceles al aluminio y al acero en 2018), lo que hacen los autores es comparar con el precio de otros electrodomesticos - entonces si, por ejemplo, las heladeras aumentaron más que los lavarropas, entonces no son los aranceles. Comparando los precios de los lavarropas con los de otros electrodomésticos, se ve claro que los lavarropas aumentaron MÁS (un 12% más) que los otros productos. Como los lavarropas y los secarropas se venden juntos, una interpretación es que la suba es para “aprovecharse” del consumidor, que no tiene otra opción que pagar (porque ya no puede reemplazar tan barato por importados). La industria de los lavarropas sumó 1,600 empleos, sí (por eso existen los lobbyistas), pero a costa de USD 1,500 millones a los consumidores - y con recaudación de solo USD 82 M para el fisco.
Y si querés verlo más gráficamente, ahí tenés el precio de los lavarropas y secarropas entre 2013 y 2018 - en amarillo después de los aranceles, sacado de Morgan Stanley.
¿Vale la pena? Y, para el que produce lavarropas sí. Para el resto de los 334.999 millones de americanos diría que no.
Pero no es que lo de los lavarropas es un caso aislado, eh. Otros trabajos sobre los aranceles de Trump dan parecido: este paper de David Autor (uno de los crack del tema) y otros autores llega a un resultado parecido (que los aranceles apenas estimularon el empleo y que toda la fiesta la pagaron los consumidores), y este otro de economistas de la Reserva Federal termina con que los aranceles le costaron empleos a Estados Unidos, porque las industrias que importan perdieron más que las que sustituyeron.
Y hay más.
Cuando un país impone aranceles a otro, lo más común es que el segundo país reaccione poniendo aranceles a los productos del primero - por ejemplo, en 2018 la Unión Europea le pegó a productos de distritos trumpistas (motos Harley Davidson, whiskey Johnny Walker) después de los aranceles de Trump al acero. La represalia es lisa y llanamente un castigo que cuesta más producción y más empleo. Y sirven para explican por qué la política de industria infante ya no funciona: este paper de Jeffrey Williamson (uno de los popes de la economía internacional) lo explica con el famoso dilema del prisionero. Lo mejor para todos los países es no tener ningún arancel y que comerciemos lo que mejor hacemos. Pero si tu socio te pone un arancel, entonces podes perder dólares como un gil, o ponerle un arancel vos a el y no comerciar nada pero no perder reservas. Entonces, si los aranceles del resto del mundo son más altos, tener aranceles altos te conviene - pero si son bajos, te perdés oportunidades.
Pero si los aranceles son tan malos: ¿por qué algunos políticos (y no solo Trump) los apoyan? El paper de Autor incluso dice que los votantes afectados por los aranceles apoyaron a Trump después de que el “de gorrita roja” les costó su trabajo. Dejo una hipótesis del mismo Autor (con mayúscula, no pun intended): el apoyo al libre comercio tiende a estar relacionado con otras posturas culturales (y no solo se basa en conveniencia económica): en un post previo, Nico escribió sobre el “universalismo” en valores, y este artículo del Financial Times mira el apoyo al comercio según la confianza en otros. O sea, el tribalista a veces te va a apoyar la protección aunque le cueste empleo.
Pero volvamos a Giordano y Messi. Para meter goles, Messi necesita una cancha (“tierra”) y a los pibes del barrio que armen la barrera para practicar el tiro libre (“trabajo no calificado”). En cambio, Giordano necesita peluqueros que sepan cortar bien (“trabajo calificado”), y tijeras y maquinitas (“capital”). Si “goles” y “peluquería” necesitan estos factores para producir, entonces los países que tengan mucha cancha y muchos muchachoooos (digamos, Argentina) van a exportar más goles, y los que tengan comparativamente más capital y comparativamente más trabajo calificado van a exportar peluquería. Lo que esto te dice es que, del comercio internacional no van a salir los cuatro factores igual parados: en un país que solo exporte goles, los que sean dueños de tierras o sean trabajadores no calificados van a ganar en dólares, y los que tengan capital o un título universitario van a ganar en pesos, y viceversa para el país que exporta peluquería. Es decir, la distribución del ingreso de países que exportan va a depender de qué factores de producción están favorecidos. En un país como Estados Unidos, que tiene mucha tierra, mucho capital, y mucho trabajo, va a salir perdiendo el trabajador no calificado si importa más bienes, y va a salir ganando si bajan las importaciones. Hay ganadores (relativos), hay perdedores (relativos) y todos votan.
Acá, por ejemplo, Nico escribió un post al respecto, sobre cómo los perdedores del NAFTA/TLCAN se cambiaron al partido Republicano (Trump) en los 90, después de que los Demócratas (Clinton, Obama) empezaron a apoyar el libre comercio. Dos economistas yanquis, Matt Klein y Michael Pettis, tienen un libro bastante bueno sobre el tema: Trade Wars Are Class Wars (“las guerras comerciales son guerras de clase”), en el que hablan que incluso dentro del capital hay algunos que ganan (Silicon Valley) y otros que pierden (textil, lavarropas), y que los que ganan se suman a los trabajadores calificados para pedir déficit comercial, y los que pierden quieren superávit. Esta tendencia es bastante estable: lo que más explica por qué un político apoya los aranceles comerciales no es su ideología, sino si su distrito se beneficia o se perjudica del comercio.
Mirá el gráfico de abajo con las votaciones de la Càmara de Representantes sobre el “arancel de las abominaciones” de 1828 (llamado así porque perjudicaba a los esclavistas del Sur) y sobre el arancel Hawley-Smoot de 1929. Está claro que prácticamente los mismos lugares apoyaron al comercio un siglo antes y un siglo después; es decir, los lugares con “industrias perdedoras” (textil, acero, etc.) votaron en contra, y los lugares con “ganadores” (agro, tecnología) votaron a favor.
El comercio internacional es beneficioso, y los aranceles no, pero afectan la distribución del ingreso en cada país y esto tiene consecuencias políticas.
Pero más allá del costo económico y político local, el gran problema de empezar a jugar a la guerra comercial es que la estabilidad internacional se pierde y eso afecta a todos, incluso al que empezó: este paper explica que la guerra comercial Trump-China de su primer mandato empeoró la imagen de Estados Unidos a nivel global. Paul Krugman escribió en su Substack que el principal riesgo de la guerra comercial de Trump no es el económico, es que desarme la alianza de Estados Unidos con Europa y otros socios occidentales: la “pax economica” de los ùltimos 80 años fue específicamente diseñada para lograr tanto comercio como amistad. Entre el siglo XVI y 1945, Francia y Alemania estaban en guerra casi constantemente; desde su integración económica post-guerra, estuvieron en paz. La importancia del comercio para la guerra es algo en lo que desde economistas libertarios hasta John Maynard Keynes estaban de acuerdo - a tal punto que, hasta la guerra entre Rusia y Ucrania en 2022, ningún par de países con McDonald´s entraron en guerra.
Medio cliché, pero con la guerra (comercial) perdemos todos.
Me lees gratis a mí, te traigo economistas invitados, todo gratis y no sos capaz de compartir. Qué vergüenza. Subsaná tu error acá:
Ah y dejame tu mail si aún no lo hiciste:
Te puede interesar
El paper de Alexander Klein y Meissner sobre McKinley lo podés encontrar acá.
El paper de Flaaen, Hortaçsu, y Tintelnot sobre lavarropas lo podés encontrar acá.
El paper de Douglas Irwin sobre política comercial histórica lo podés encontrar acá.
Acá tienen una muy buena entrevista con Matt Klein y Michael Pettis sobre su libro.
Paul Krugman es uno de los mejores economistas sobre comercio: acá tiene un texto académico sobre qué deberían saber todos los economistas sobre comercio, y acá un textito más “ATP” sobre cómo funciona lo de la ventaja comparativa.
Un post previo de Nico sobre el impacto del comercio internacional en las iglesias pentecostales de Brasil
Y por último, yo tengo un post en mi blog sobre los aranceles de Trump, con algunos temas extra y otros que no están acá pero si allá.
El envío de hoy se lee escuchando el Tiny Desk de Laufey, una cantante de jazz islandesa de familia china que toca mùsica en inglés.
En el próximo envío
“Esterilización forzada” (Del lunes que viene, eh). ¿Te acordás del programa de Fujimori para esterilizar mujeres a la fuerza? La próxima te cuento qué pasó con esas familias (y su descendencia) unas décadas después.