¡Hola! ¿Cómo estás?
Todos tenemos (o somos o fuimos) un amigo que está hecho un boludo. El tipo es un ser pensante en todos los ámbitos de su vida, salvo cuando se fanatiza con el ñato que gobierna y que él votó.
No te enojes con él. Entendelo: no es que sea un boludo, solamente está tratando de lidiar con la disonancia cognitiva. Como hacemos todos.
Espero que te guste. Gracias por leer.
Las preguntas de hoy
¿Qué es la disonancia cognitiva?
¿Te gusta más un político solo porque lo votaste?
boludo, boluda (adjetivo)
COLOQUIAL•MALSONANTE
Necio o estúpido. Aplicado a persona, usado también como sustantivo. [RAE]
Tengo un amigo que es crá y también es buen tipo. Pero últimamente está medio boludo. Votó a Javier Gerardo en primera vuelta, convencido de que era la herramienta para destruir a la casta; y ahora el Javo puede tuitear que hay que permitir el casamiento entre hermanos y perritos para levantar la moral del país y el loco le va a dar un RT con quote tipo “Lo de Javier es impresionante, qué bien que pusimos el voto”. Pero ojo que la actitud fanatizada no es exclusividad de los votantes de Mylaw. Me hace acordar a mi amigo kernerista que votó a Alberto y a los dos meses de gobierno casi que se tatúa una caricatura de “El Capitán Beto” dando clases con filminas en el ante-brazo.
Lo curioso es que mi amigo termina pareciendo un boludo en público básicamente para evitar sentirse un boludo en privado. Dejame que desarrolle. Hace unos meses escuché una interacción entre dos comensales de Parrilla Maure (hoy, la mejor parrilla porteña entre las que tienen precios denominados en pesos argentinos de curso legal) que me pareció muy interesante y me viene bien para ejemplificar.
Resulta que uno de los comensales le estaba dando consejos al otro sobre lifestyle, nutrición, ejercicio y todo eso que los influencers dicen que hay que hacer para estar bien. Vieron esa gente que sube historias a IG con un “¿qué hacés ahí sentado, gordo? con razón sos un fracasado pobre, si estás ahí tirado como un gordo durmiendo 8 hs por día en vez de levantarte a las 4 AM a hacer ejercicio; mandame un DM diciendo ‘gordo pobre’ y te paso mis 100 tips para ser feliz y flaco y rico sin moverte de tu casa y aprendiendo siete habilidades”? Bueno, así. El tipo le explicaba todos los beneficios de comer bien, de ejercitar, de la dieta de las sirenas, el ayuno intermitente, el aceite de semillas de amaranto y la mar en coche. Todo eso mientras esperaba que el mozo trajera el flan mixto con doble dulce de leche que (literalmente) se había pedido unos segundos antes de arrancar con el sermón. El amigo escuchó paciente, asintió y se levantó para ir al baño. En el interín, el wannabe-influencer llamó al mozo y le dijo que no trajera ningún flan, que con la cuenta estaba bien.
La historia me hizo acordar a una idea muy interesante que leí en algún paper de Katy Milkman sobre el poder transformador no de recibir, sino de DAR consejos. Me da la impresión de que los consejos del ñato lifestyle sirvieron más para que él mismo cambie de comportamiento que para cambiar el comportamiento de su amigo. ¿Por qué? Potencialmente por muchos motivos, pero seguramente al menos en parte por uno bastante conocido entre psicólogos: la disonancia cognitiva. Aconsejarte que te alimentes de semillas de algarrobo tostadas para que seas feliz y clavarme un flan mixto con doble dulce de leche suena bastante disonante. Y a los humanos la disonancia entre pensamiento y acción (propias) nos causa infelicidad.
El pensamiento “si quiero estar bien tengo que cenar madera de árbol crudo” y la acción “entrarle al flan mixto con doble de dulce de leche” son disonantes. Si no te querés sentir un boludo, o cambiás tu pensamiento o no te comés el flan. El pensamiento “Che, pero me parece que llenar el gabinete de Sciolistas no es tan anti-casta" y la acción “votar a Javier Gerardo para que termine con la casta política” también son disonantes. Si no te querés sentir un boludo, o cambiás tu pensamiento o no votás a Javier Gerardo con tanta seguridad y militancia. Pero resulta que ya lo votaste y ya lo militaste. La alternativa es aceptar que algunos espejitos de colores te compraste. O cambiar de pensamiento: “Che, que bien cómo las fuerzas del cielo lograron depurar el sistema político, dejando solamente a los que no son casta, como el ex-vice presidente, dos veces gobernador de PBA, embajador hace un par de meses, Daniel Osvaldo el Pichichi Scioli”.
La hipótesis entonces es que tu amigo, ese que está hecho un boludo al punto de querer ponerle “Javier Gerardo” a su hija por nacer en realidad no es boludo. Simplemente está tratando de lidiar con los costos de la disonancia cognitiva. En otras palabras: tal vez lo que pasa es que el hecho de votar a un candidato aumenta las chances de que lo sigas apoyando muy fuertemente en el futuro y de que le creas todo lo que hace.
Ahora, fijate lo trivial que suena la hipótesis, ¿no? Por supuesto que si voté a X es más probable que me guste X dos años después que si no lo vote. Pero ese contrafáctico no es el correcto. La pregunta no es si vos, Pedrito, que votaste a Milei, apoyás más a Milei hoy en comparación con Juancito, que votó a Massa. La pregunta es más bien si vos, Pedrito que votó a Milei convencido, apoyás más a Milei hoy en comparación con un Pedrito contrafactual, que hubiera querido votar a Milei (igualmente convencido) pero por algún motivo fortuito no llegó a hacerlo. Lo que nos interesa saber es cómo la acción (y no la intención) de votar a Milei afecta tu percepción sobre su performance una vez que es elegido.
Probar esta hipótesis es bien complicado. ¿Cómo hacemos para comparar a dos personas con idénticas intenciones pero que, fortuitamente, votaron o no llegaron a votar al candidato que querían? Lo que te voy a contar ahora sale de un oldie, un paper de 2009 de Sendil Mullainathan y Ebonya Washington que hace lo mejor que se puede hacer con datos no experimentales para iluminarnos un poco sobre el tema de la disonancia cognitiva y nuestros votos. Sendil y Ebonya estudian esto para USA y agarran unos 20 años de elecciones presidenciales entre el ‘76 y el ‘96. Pensá esto: si me paro en 1994 (dos años después de la elección que le ganó a Bush) y le pregunto a alguien “¿qué te parece la gestión de Clinton?“ lo más probable es que, si es demócrata, le parezca mejor que si es republicano. No necesariamente por el hecho de haberlo votado sino porque, si es demócrata, significa que, bueno, le gustan los demócratas. Trivial y obvio. O sea que esa comparación mucho no nos diría sobre disonancia cognitiva. Una alternativa podría ser agarrar a dos demócratas, uno que haya ido a votar en 1992 y otro que no y preguntarles si les gusta la performance de Clinton. Ahí estaríamos comparando a dos personas que les gusta, a priori, el mismo partido, ¿no?
El problema ahí es que si uno decidió votar y el otro no es porque posiblemente al primero ya le gustaba Clinton más que al otro (lo suficiente como para levantarse del sillón e ir a votar). Lo que nos gustaría es buscar la forma de comparar a dos demócratas que en 1992 votaron/no votaron por factores exógenos a su propio deseo. No sé, resulta que los dos querían votar pero a uno no le sonó el despertador y no llegó. Conseguir datos de a quién le sonó (o no) el despertador ‘ta difícil. Hay otra alternativa un poquito más imperfecta pero bastante más sencilla. Prestá atención.
Si naciste el 2 de noviembre de 1974 no eras elegible para votar (porque el día de la elección, 2 de noviembre de 1992, tenías 17 años y 364 días). Si naciste el 2 de noviembre de 1974 sí (porque el día de la elección tenías exactamente 18 años). O sea que si me paro en 1994, agarro a un grupito de pibes demócratas, me quedo con los que nacieron el 2 y el 3 de noviembre de 1974 y les pregunto que les parece la gestión de Clinton, esperaría que los del 2 (que tal vez votaron) lo apoyan mucho más que los del 3 (que con seguridad no lo votaron porque no tenían 18 años). Claro, siempre que la hipótesis de la disonancia cognitiva sea cierta. Ebonya y Sendil aprovechan esta discontinuidad en la fecha de elegibilidad para votar y te muestran lo siguiente:
Resultado 1) La disonancia cognitiva parece ser real. Los demócratas que tenían ya edad para votar tienen una mejor opinión del presidente que los que no. Los republicanos que tenían ya edad para votar tienen una peor opinión del presidente (demócrata) que los que no.
En otros términos, el hecho de ser (apenas) elegible para votar generó polarización en las opiniones entre demócratas y republicanos. La diferencia de opiniones acerca de la performance del presidente entre republicanos y demócratas que SI eran elegibles para votar (por primera vez) en la última elección es el doble que la diferencia de opiniones entre republicanos y demócratas que NO eran elegibles (por poco) para votar en la última elección. Ejemplo: si naciste el 3 de noviembre de 1974 (o sea, no eras elegible para votar en 1992) y sos democráta y en 1994 te pregunto qué te parece la gestión de Clinton me vas a decir “bien, 7 puntos”. Si naciste ese día pero sos republicano me vas a decir “maso, 5 puntos”; o sea, una diferencia de dos puntos en la apreciación del gobierno de Bill. Si hago el mismo ejercicio pero para los que nacieron el 2 de noviembre de 1974, el demócrata me va a decir “brillante, 8 puntos” y el republicano me va a decir “el peor presidente de la democracia, 4 puntos”; o sea, 4 puntos de diferencia en la apreciación de Bill (un aumento bien grande en la polarización). ¿La diferencia? Unos tal vez votaron (porque eran apenas elegibles) y otros seguro que no (porque eran apenas no elegibles).
Resultado 2) PERO PARÁ, ¿cómo sabés que no estás capturando un efecto “edad”? Me explico. Tal vez la gente se polariza a medida que se hace más vieja. Si así fuera no estaría bien comparar a los “casi elegibles” (17 años al momento de la elección) con los “recién elegibles” (18 años al momento de la elección) porque estaríamos confundiendo el “ser elegible” con “ser más viejo y por ende más polarizado”. Bueno, resulta que no: si comparás el nivel de polarización de la gente de 18 con la de 19 o de la gente de 16 con la de 17 o de la de 20 con la de 21 o la que se te ocurra, no encontrás ningún cambio discontinuo, como el que sí encontrás específicamente entre los 17 y los 18.
Resultado 3) PERO PARÁ, ¿cómo sabés que no estás capturando un efecto “información”? A ver. Tal vez lo que pasa es que la gente que era elegible para votar se informó más que los que no eran elegibles y por ende ese salto en la polarización que se da a los 18 es simplemente la consecuencia de estar más metido en el tema político, de leer más el diario o mirar más programas políticos. Bueno, no. Los “casi elegibles” saben tanto (o tan poco) sobre política - tipo recordar el nombre de tu representante o senador - como los “recién elegibles”. Ni leen más el diario, ni ven más noticias ni manifiestan tener más interés en política.
Todo apunta hacia el mismo lado: el hecho de poder votar te hace mirar a tu candidato (y al contrario) con otros ojos. Si sos libertario y votaste a Mylaw es más probable que le banques y hasta le celebres todo que si sos libertario pero justo el día de la elección estabas viajando y no pudiste votar. Si tenés un amigo que está hecho un boludo, no te preocupes. Te puede pasar (y te va a pasar) a vos también. Salvo que justo estés de viaje el día de la elección.
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El paper de hoy lo encontrás acá.
El paper de Katy Milkman sobre el poder de aconsejar lo podés ver acá.
Hace un tiempo escribí sobre como nos cambia la vida votar en elecciones importantes. Acá lo ves.
Y acá está la mejor pronunciación de la palabra “boludo” que se haya escuchado.
En el próximo envío
“Better dead than coed?”. Las universidades gringas antes eran para hombres. En los 60’s y 70’s se empezaron a admitir mujeres (no sin bastante resistencia). La investigación se produce mayormente en universidades... ¿Será que lo que investigamos cambió cuando empezamos a admitir mujeres en las universidades? Te cuento la próxima.
En plan de enumerar disonancias políticas, a mí el tema me recuerda a mi amigo globalista que militaba a un pelado coimero que hacía un uso de los recursos públicos para fines partidarios que de tan obsceno podría sonrojar a un baron conurbanense cualquiera, pero como cada tanto decía "basado en evidencia" y tenía cinco o seis ñatos de cippec entongados en su kilométrico organigrama mi amigo académico creía que era un gran gestor y que tenía chances de ganar las elecciones
O cuando ese mismo amigo apoyaba tan fervientemente a un gobierno porque era medio neolib y tenía muchos econs bien vestidos de la di tella que no se vio venir la bruta (y previsible) crisis de balanza de pagos que se comieron de frente y despues se hizo el boludo total él vivía afuera escribiendo papers que no leía nadie
Muy buen artículo