¡Hola! ¿Cómo estás?
Si sos argentino, ayer votaste (ojalá). ¿Cómo te sentís? ¿Te sentís un gran ciudadano?¿Tenés ganas de salir a militar? ¿Te sentís más cívico? ¿Te dieron ganas de tirar unos pasos en este gran baile que hay en la fiesta de la democracia?
Ojalá que sí. Hoy te cuento por qué, haya ganado quien haga ganado, el hecho de votar (en sí mismo), de haber entrado en el cuarto oscuro, elegido a tu candidato (o a ninguno), metido la boleta en el sobre y después en la urna…te puede haber cambiado la vida.
Espero que te guste. Gracias por leer.
Las preguntas de hoy
¿El propio hecho de votar nos hace más cívicos?
¿Hay persistencia en el hábito de votar?
¿Te acordás de la primera vez que votaste? Yo sí. Año 2005, elecciones de medio término. Yo era medio boludo. Voté a un tal Milcíades Peña (hijo). Uno que era de izquierda, aunque por lo que leo ahora veo que terminó en alguna rama del peronismo. Antes de esa elección estudié mucho. Leí mucho, hablé con gente. Pensé. Era una cosa importante, valía la pena invertirle unas horas. Salí de votar y me sentí bien. Almorcé con mi familia (salvo con mi viejo que era presidente de mesa de MI mesa). Hablé con amigos sobre las elecciones, discutí con mis viejos (que, a diferencia de mí, no eran boludos) con argumentos adolescentes y equivocados pero argumentos al fin.
A la distancia esa elección fue irrelevante. Y, siendo sinceros, mi voto también. No solo porque Milcíades Peña era irrelevante sino porque un voto vale un voto nomás. No creo haber influido mucho en el resultado de la elección, pero posiblemente la elección haya influído en mí. Bah, no sé si la elección en sí, sino el haber participado. Leí, estudié y me preparé porque sabía que tenía que votar y quería que mi voto estuviera informado. Y me sentí bien después, no porque las elecciones habían sucedido, sino porque yo había sido parte. La elección habrá sido irrelevante pero era mi primera elección.
“[N. de E: when voting] (citizen) is called upon, while so engaged, to weigh interests not his own; to be guided, in case of conflicting claims, by another rule than his private partialities; to apply, at every turn, principles and maxims which have for their reason of existence the common good. ... He is made to feel himself one of the public, and whatever is for their benefit to be for his benefit.”
Esta frase es de John Stuart Mill. Su punto era bueno. Decía que los países democráticos generaban ciudadanos más cívicos: más cooperativos, generosos, participativos. Mejores ciudadanos, bah. El hecho de ejercer la democracia, según Mill, te enseñaba ser así, a pensar en el bien de los otros al momento de votar. A pensar en el bien común (Toqueville en su Democracy in America veía la causalidad al revés).
Varias décadas después podemos decir que la observación de Mill tal vez no estaba tan errada. La correlación entre civismo y existencia de instituciones democráticas fuertes esta ahí, los países más democráticos suelen rankear mejor en cualquier indicador de “civismo” que se nos ocurra: tienen niveles más altos de confianza inter-personal, de confianza en las instituciones, suelen tener niveles más altos de altruismo y de reciprocidad, suelen tener más organizaciones no gubernamentales, más organizaciones de vinculación con su comunidad.
Ejercer la democracia podría afectar nuestro civismo vía diferentes canales. Por ejemplo, la democracia en general viene acompañada de cosas que en dictadura están más restringidas: libre asociación, universidades públicas, partidos políticos, sindicatos y un montón de instituciones que fomentan la interacción entre personas que son, en principio desconocidas. Y quién te dice, tal vez esas interacciones te enseñan a ser más cívico, más involucrado con tu comunidad, más politizado (digo “tal vez”, pero en realidad es más que un tal vez; dentro de poco vamos a sacar un paper sobre esto, atento).
O tal vez lo que importa no es tanto la democracia como facilitador de interacciones libres entre personas desconocidas. Por ahí el simple hecho de ir a una escuela, entrar al cuarto oscuro y dejar un sobre en una urna ya te cambia. Por lo que pasa antes: las discusiones, el tiempo que le dedicás a aprender lo que está en juego y a descubrir qué te importa y quién de los candidatos lo representa mejor. Y también por el simple hecho de votar, que te hace sentir que sos parte de algo más grande que vos.
Vamos al punto: ¿cómo hacemos para estudiar el efecto causal de votar en nuestro nivel de civismo? No sabes las ganas que me dan de aleatorizar a los ciudadanos que votan: DNI par vota, DNI impar no vota. Pero los anti-ciencia de los políticos no me dejan.
Otra alternativa es aprovechar las oportunidades que nos da la naturaleza. Pensemos: necesitamos un grupo de gente que haya votado y uno que no, para comparar su nivel de civismo. El problema es que la gente que vota es diferente de la que no: posiblemente sea gente más cívica y precisamente por eso decide votar. Lo que necesitamos son dos grupos de personas comparables, solo que algunos por casualidad votaron y otros por casualidad no votaron. Por ejemplo: dos grupos de argentinos de 20 años que podrían haber votado por primera vez a los 18, solo que algunos de ellos tuvo la mala suerte de que le agarre gripe el día de la elección y otro no. Los dos eran elegibles, uno tuvo un evento fortuito que le impidió votar y el otro no.
Esto podría funcionar, pero es un poco difícil de implementar. A mi amigo y colega Fer “el gringo” Saltiel (y a sus coautores) se les ocurrió otra idea. Chileeeee, la alegría ya vie-e-neeee. ¿Te suena? En 1988, el dictador chileno Pinochet llamó un plebiscito para consultar a la ciudadanía si quería elecciones democráticas o prefería seguir con el régimen dictatorial (escribo esto y no puedo creer lo ridículo del concepto). Eran elegibles todos los mayores de 18. O sea que tal vez una cosa que podríamos hacer es comparar a los de 18 y a los de 17 en 1988: si los de 18 son más cívicos, entonces podríamos atribuirle el efecto al hecho de haber votado. ¿No?
No. Los de 18 y 17 son gente distinta, nacieron en momentos diferentes, vivieron cosas diferentes, sus experiencias no son comparables precisamente porque son de cohortes distintas. La elección fue el día 5 de Octubre de 1988. Los registros electorales cerraron el día 30 de agosto. En otras palabras, si habías nacido el 29 de agosto de 1970 votabas, pero si habías nacido el 30 de agosto de 1970 no. Imaginate que tomás un grupo de 1000 personas nacidas el 29 (grupo A) y otras 1000 nacidas el 30 (grupo B) de agosto de 1970. ¿Qué tan diferentes pensás que serían, en promedio los del grupo A y los del B? Si tuviera que arriesgar, diría que muy parecidos: la proporción de hombres y mujeres debe ser parecida, la proporción de gente inteligente y gente no muy inteligente también, la proporción de gente simpática, aburrida, divertida o engreída también. Y, en principio, la proporción de gente cívica, con sentido de pertencencia a su comunidad, politizada…también debería ser muy parecida.
Si la única diferencia entre los nacidos el 29 y los nacidos el 30 es que, 18 años después, los del 29 habían sido elegibles para votar y los del 30 no, entonces, si encontramos alguna diferencia en su nivel de civismo, debería ser atribuible a este hecho particular.
Te acabo de describir una estrategia de identificación causal cuasi-experimental muy usada en economía: Regression Discontinuity Design. La idea es simple: si hay un umbral (en principio aleatorio) que genera un salto discontinuo en la probabilidad de recibir cierto tratamiento (en este caso, el tratamiento sería “ser elegible para votar”), entonces podemos comparar a las personas que no fueron tratados por muy poquito (los del 29) y a los que fueron tratados por muy poquito (los del 30). ¿Puede fallar? Sí, puede. Por ejemplo, si ese umbral genera un salto discontinuo en más de una cosa a la vez (imaginate que los nacidos antes del 30 de agosto de 1970 no son elegibles para recibir un subsidio pero el resto sí) la estrategia no nos sirve mucho porque no sabemos a qué evento atribuirle el efecto causal. La fecha 30 de agosto parece bastante random, o sea que, al menos en este caso, no me preocuparía demasiado.
En el gráfico de arriba el eje Y te muestra la proporción de gente registrada para votar en el plebiscito del ‘88. El eje X indica los que nacieron antes del umbral del 30 de agosto (a la izquierda de la línea roja) y después (a la derecha). Los que nacieron después están todos en 0 porque no eran elegibles. Los de la izquierda están un poco abajo de 1 porque no todos los elegibles se registraron. La discontinuidad está clara.
Si votar te cambia la vida, lo que deberíamos ver es que varios años después la gente un poquito a la izquierda del umbral (por ejemplo, los que nacieron los primeros días de Septiembre) son más cívicos que los que nacieron un poquito a la derecha (los que nacieron, por ejemplo, los últimos días de agosto, antes del 30). El problema es cómo medir si alguien es más o menos cívico. No me quiero meter mucho en esto, pero un indicador que está bastante aceptado es, precisamente, votar (viste que cuando poca gente vota, se dice que están desencantados de la política). Por supuesto que en 1988 la gente a la derecha del umbral no votó y la gente a la izquierda sí (por definición), pero en la elección subsiguiente (y en las futuras) todos los nacidos en 1970 (a la derecha o izquierda del umbral) eran elegibles. Si haber votado en el ‘88 te transformó en alguien más cívico, lo esperable es que los de la izquierda del umbral también tengan una probabilidad más alta de votar en las elecciones presidenciales de, por ejemplo, 1993, en comparación con los de la derecha del umbral.
Ahí tenés. Elecciones de 2013, de 2016 y de 2017: en el umbral (del 30 de agosto de 1970!) hay un salto discontinuo (bastante grande) en la probabilidad de estar registrado para votar. Si sos chileno debés estar pensando “Ah, pero eso es super mecánico, porque en Chile el registro electoral era automático!”. Eso es cierto… hasta 2009. En ese año dejó de ser automático, o sea que la gente que vemos ahí en esos puntitos arriba tomó la decisión activa de registrarse como votantes.
O sea, por motivos medio aleatorios votaste en 1988 y eso hace que 30 años después estés más enganchado con la política (al menos que sea más probable que votes) y que decidas registrarte como votante más que los que no votaron en 1988 (también por motivos aleatorios). Y acá hay un punto importante. La elección de 1988 fue para mucha gente la primera, pero ciertamente no la última. En otras palabras: los no-elegibles de 1988 tuvieron un montón de oportunidades para descargar toda su responsabilidad cívica en elecciones subsecuentes y exponerse a ese evento transformador. Si ese es el caso, esperaríamos que con el paso del tiempo el efecto que vimos arriba se vaya diluyendo en el tiempo. Pero eso evidentemente no pasó. ¿Por qué?
Te dejo mi interpretación. La verdad es que, así como este paper muestra claramente que hay algo “transformador” en el hecho de votar, hay un montón de otros papers en otros contextos, que no encuentran ningún efecto (por ejemplo, este en UK y Brasil). Lo cual me hace pensar que tal vez no todas las elecciones tienen ese efecto transformador, pero algunas sí. ¿Las que son trascendentales, tal vez? No me extraña que votar para decidir si se queda la dictadura o si viene una democracia te cambie la vida pero votar en una elección de medio término para renovar media cámara te de medio lo mismo.
Creo que algo así pasa en Argentina. La elección de 1983 fue trascendental. Los discursos de esa campaña son emocionantes hasta el día de hoy. Yo, que ni había nacido, un poco me emociono cada vez que veo el video del “rezo laico” del cierre de campaña de Alfonsin de 1983. Tanto que tengo esto pegado en el pizarrón de mi oficina.
En esa elección también hubo un corte: no todos los de 18 eran elegibles para votar. Me encantaría decirte que efectivamente esa elección fue transformadora para los que pudieron votar. Pero no puedo. Hace tiempo que vengo queriendo hacer un paper con ese evento pero bueno, conseguir datos en Argentina nunca es tan fácil (o al menos para mí). Lo que te puedo decir, basado en anécdotas, es que si algún día te levantás de mal humor con la democracia, pensando que nunca te rindió, que hace años que tenemos democracia y el país está estancado y que este sistema no va para ningún lado, lo mejor que podés hacer es hablar con uno que haya nacido en 1965, pero a principios de año.
Ese seguro que fue elegible para votar en el ‘83, en la primera elección de la democracia. Hablá 10' y te aseguro que te convence. Pero no con argumentos. Más bien con emociones. No tengo pruebas pero no tengo dudas de que el que votó ese 30 de Octubre de 1983 no se lo olvida más.
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Si querés consultar el paper de hoy podés hacerlo acá.
Acá te muestran que votar a alguien (no solo querer votarlo, sino votarlo) hace que valoroes mejor sus políticas.
En el próximo envío
“La jabru gana más que yo”. Cuanto más alto sea el ingreso familiar, mejor, ¿no? No siempre. A los hombres (en pareja con mujeres) no les gusta nada que su pareja gane más. En serio. Ridículo, ¿no? En el próximo envío te cuento por qué pasa esto y por qué es problemático.
Maravilloso. Tuve la suerte de votar el 30 de octubre del 83, no tan en el límite como los del corte 1965 pero sí fue también mi primera votación.
Recuerdo que sSe contaban los días hasta la elección igual que se cuentan los que faltaban para los mundiales de fútbol
En lo personal, también mi voto fue estúpido.
Mi Milciades Peña fue el MAS de Zamora, al que yo le atribuía virtudes democráticas que el dogmatismo trotskista no tenía.
Recuerdo la emoción de ir a actos de campaña.
Mi viejo, radical, tuvo la bonhomía de acompañarme al Luna Park a escuchar al MAS e incluso dijo que le había parecido bien una frase, algo así como que llevábamos en el culo la marca del dueño como el ganado al usar jeans, ja, ja.
Sin haber votado al radicalismo pero contento con que no ganara el peor peronismo estuve con amigos toda la noche yendo de un lado a otro, a las fiestas espontáneas en la calle, a la Av. Entre Ríos a gritar "que salga el presidente".
Al otro día fui a trabajar sin dormir y con una alegría de oreja a oreja.
El desastre económico se sobrellevaba con la fe de una nueva era.
Eso habrá durado 2 años y pico.
Pero la alegría por ir a votar casi no la perdí. Ayer voté con cero entusiasmo y el ballotage me inspira aún menos pero tengo a pesar de que pasaron más de 40 años muy fresco el recuerdo de cuál es la alternativa a la democracia
Votar te hace creer que podés cambiar algo