¡Hola! ¿Cómo estás?
Al tipo no le gusta el Estado, se tiene fe a sí mismo, confía en que si se esfuerza va a progresar. Solo, como hizo siempre. No, no estoy hablando del bro influencer masivo de la escuela del treidin’ y el ecommerce, sino de John Wayne y Henry Fonda. O bueno, de los personajes que interpretaban.
Hoy te cuento sobre como la cultura americana fue forjada por el cowboy del lejano oeste.
Espero que te guste. Gracias por leer.
Las preguntas de hoy
¿Cuál es el origen de la “cultura” americana?
¿Vivir defendiendo tu frontera te hace más individualista?
Nunca jui gaucho dormido, siempre pronto, siempre listo, yo soy un hombre ¡que Cristo! que nada me ha acobardao. y siempre salí parao en los trances que me he visto. Dende chiquito gané la vida con mi trabajo, y aunque siempre estuve abajo y no sé lo que es subir, también el mucho sufrir suele cansarnos ¡barajo!
[…]
Cuando se anda en el disierto se come uno hasta las colas; lo han cruzao mujeres solas llegando al fin con salú, y ha de ser gaucho el ñandú que se escape de mis bolas. Tampoco a la sé le temo, yo la aguanto muy contento, busco agua olfatiando al viento, y dende que no soy manco ande hay duraznillo blanco cavo y la saco al momento.
Estas líneas las escribió José Hernandez. El tipo fue de todo (inclusive diputado y senador). Federalista exiliado y finalmente perdonado por nadie menos que Sarmiento. Pero su fama se la ganó por escribir el apex del género gauchesco argentino: el Martin Fierro, de donde salen los dos párrafos de arriba. El cuento es que Martin Fierro era un gaucho pampeano obligado por el gobierno a formar parte de un fortín para proteger (y por qué no expandir) la frontera contra los indígenas del lugar.
Sobre la calidad del libro no tengo mucho para decir, pero de lo que no tengo dudas es que el Martin Fierro es un clásico de la literatura argentina y, para lo que a mí me interesa, un gran documento histórico que nos dice algo sobre la representación de la vida del gaucho argentino hace algunos siglos. Solitarios, sufridos, que se la bancan, que no necesitan de nadie (menos aún del gobierno), que se las rebuscan, que siempre fueron independientes y así quieren seguir. Ni idea si era así o no, pero el estereotipo está.
El gaucho y el cowboy no son lo mismo. Si me guío por la construcción del símbolo que se le dio a uno y al otro diría que son casi lo opuesto: uno - el gaucho - es, supuestamente, un transgresor incivilizado y vago y el otro es casi que el héroe del pueblo. Con todo, algo en común hay. Estoy seguro de que Jules Asner hizo una edición de Wild On! en Buenos Aires en los 90’s y en algún momento llegaron unos gauchos de fantasía de los que contratás en Areco a hacer un show y los llamó “The Cowboys of The Pampas”. O tal vez no, pero podría haberlo hecho porque algo, ALLLLGO ahí hay. El caballo, la jineteada, el campo.
Pero hay algo todavía más profundo: la soledad, la vida en la frontera (sea para defenderla si ya fue conquistada o para expandirla, si aún no), la independencia, la autosuficiencia, la libertad. Para vivir así (como gaucho o como cowboy) hay que tener ciertas características, no es para cualquiera. Y vivir así seguramente te forje un tipo de carácter particular.
A mí me gustan mucho las historias de cowboys y de gauchos y también me gustan los determinantes históricos de la cultura. “¿Cuántos belines te pensás que me importan tus intereses?” te estarás preguntando. Pocos. Pero por suerte a mi amigo y coautor Martín Fiszbein también le gustan los cowboys y los determinantes históricos de la cultura y aparte es un tremendo economista y por eso nos regaló un paper precioso sobre todo esto junto. Lamentablemente no es sobre gauchos (tenemos pendiente escribir ese juntos), sino sobre cowboys. Y dice así.
Resulta que hay un historiador americano recontramega-conocido (Frederick Turner) que a esta altura ya no sé si está cancelado, descancelado o qué, que escribió una famosísima tesis sobre la relevancia cultural de la frontera norteamericana hacia el oeste. Famosísima y tremendamente influyente en la historia y hasta en la educación norteamericana.
La tesis es simple. Según Turner, lo que le dio a Estados Unidos su identidad cultural, sus valores y, en última instancia, su éxito, fue el proceso de expansión de la frontera hacia el oeste. Parece una trivialidad, pero - cierta o falsa - no lo es. Estados Unidos nació desde el este. Primero era una extensión de Europa (con las instituciones, normas y cultura europeas), después se independizó. Y sí, creó nuevas instituciones y normas, pero siempre basadas en las importadas de Europa. La cultura del este (digamos, del noreste), era la “civilización” (comillas, comillas) ya asentada en el nuevo continente. Hacia al oeste estaba lo desconocido, lo “salvaje” (comillas, comillas). Si el asentamiento de las colonias en el este era algo más o menos ordenado y denso, la conquista hacia el oeste (el wild west; Colorado, Arizona, Idaho, Nevada y demás; no tanto la West Coast, que tenía su propia dinámica) era más caótica, menos regulada, menos institucionalizada. No era un mandato puramente económico ni una orden expansionista explícita de la colonia (que ya no existía), sino más bien una onda expansiva que se daba orgánicamente. La conquista del oeste era meterse en lo que era, según el ojo del settler americano, lo salvaje, la naturaleza aún no conquistada y dominarla. El oeste era libertad, el este control e instituciones heredadas de la colonia. La expansión de la frontera era lo que salía del choque de esas dos fuerzas.
La cultura americana es individualista (término que tiene connotación negativa pero, como ya manifesté, no necesariamente lo es en este contexto), cree en el mérito como resultado del esfuerzo personal, no le gusta que lo regulen, no es fan de que el Estado se meta en las cosas de las personas (en algunos casos, a niveles extremos, como la posesión de armas) y, en consecuencia, tampoco es fan del rol redistributivo de los gobiernos. Estoy haciendo una generalización burda pero que por suerte está respaldada por algún que otro dato. Turner dice que esta cultura es la cosecha de sembrar hombres y mujeres (en realidad, hombres, bancá que después desarrollo) que, solitarios, se fueron a expandir la frontera oeste, sin ningún gobierno detrás, sin mucha institución formal ni regla que acatar y con, potencialmente, un payoff altísimo: mucha, pero mucha tierra (ahí otra diferencia con el gaucho argentino, para quien la promesa de tierra no estaba). Esa cultura, que se forjó en la frontera, dice Turner, es la base de la cultura y de la democracia Jacksoniana.
Turner era un superstar y después pasó a ser palabra prohibida. Mucho antes del wokismo, eh. No creo que la tesis sea particularmente controversial, pero su forma de expresarla sí. En su relato no hay mujeres, las tierras están libres, el hombre blanco es capo y el nativo salvaje, todo estereotipado y, aparentemente, bastante alejado de la evidencia en cuanto a la caracterización de los habitantes del lugar, superideologizado. Pero aún así su hipótesis tiene un punto. Y Fiszbein (con Sam Bazzi, otro cra’) la testearon con data. La pregunta a responder, en concreto: ¿vivir en territorio de frontera conquistado te hace más individualista, más anti-estado, más… americano prototípico?
Acá no te dejan randomizar, así que Fiszbein y compañía se las arreglan con otras magias. Primero lo primero. ¿Qué significa “vivir en la frontera”?
El grafo de arriba sale del paper en cuestión y te muestra la densidad poblacional de USA en diferentes años. Por el momento olvidémonos de la costa oeste, que tiene su propia historia. La colonización arranca en el este, luego se va expandiendo de a poco hacia el oeste y al cabo de cien años el límite pasa de NY, Pennsylvania, las Carolinas y Virginia a Minnesota, Nebraska, Kansas, las Dakotas y más. Ahora mirá el de abajo.
El país está dividido en municipios (counties) y cada municipio está pintado de un color más o menos intenso según cuántos años el municipio fue parte de alguna frontera entre 1790 y 1890. Después de 1890 la frontera empezó a ser más difusa (llegó el tren transcontinental) y eventualmente se cerró. Fijate que en el este (bien este) están en 0 y a medida que te vas yendo para el oeste tenés municipios con más o menos años de vida fronteriza, incluso dentro de un mismo Estado. Antes de meternos en la causalidad del caso, vale la pena mirar simplemente si la gente que vivió más expuesta a la frontera es diferente a la que no en alguna dimensión que refleje algo de todo lo que queremos reflejar. En este caso, individualismo.
Si definir individualismo es complicado, medirlo es aún más y medirlo en 1800 ni te cuento. Fiszbein, Bazzi y compañía usan una métrica que se usa mucho en estos casos. Cuchá: una persona/familia es más individualista cuando elige para sus hijos nombres infrecuentes. Nombres infrecuentes, dicen los psico sociales, denotan independencia, auto-confianza y, bueno, que las normas sociales te importan, o sea, digamos, dos o tres belines máximo. Te parecerá una idea rebuscada pero parece que la correlación entre infrecuencia del nombre que elegimos para nuestros hijos y, bueno, cualquier medida que se te ocurra de individualismo, es bastante alta.
Va el primer resultado: agarrá los 100 años en cuestión y, para cada año y municipio calculá la probabilidad de que un nombre de un pibe (menor de 10) sea infrecuente para municipios que en ese año eran frontera versus municipios que en ese año no lo eran. Si naciste en frontera, tenés 2.2 puntos más de chances de tener un nombre raro, infrecuente.
Lo interesante de la cultura es que persiste. Si me querés vender que la exposición temprana a la frontera es la que generó una “cultura” individualista, me tenés que mostrar que los efectos se mantienen al menos algunas generaciones. Parate en 1940 (aparentemente el último censo del cual se pueden sacar nombres). Calculame la probabilidad de tener un pibe con nombre raro en función de la cantidad de años que tu municipio fue parte de la frontera varias décadas atrás. Si naciste en frontera, tenés 2.2 puntos más de chances de tener un nombre raro, infrecuente. Pasar de un municipio de exposición baja (10 añitos sobre 100 posibles) a uno de exposición media (25 añitos sobre 100 posibles) aumenta en 1.1 puntos las chances de que tengas un pibe de nombre raro.
Te dije que individualismo medido con infrecuencia de nombres correlaciona con otras medidas. No te mentí (en eso). Andate a los 90’s. Gran apogeo de la libertad de mercado. Preguntale a la gente qué tanto le gusta la redistribución y fijate si su respuesta varía sistemáticamente según los años de exposición a la frontera que tuvo 100 o 200 años atrás su municipio. Si vivís en un municipio de exposición histórica alta a la frontera, es mucho menos probable que estés de acuerdo con que el gobierno gaste en ayudar a los pobres, o que estés de acuerdo con que el gobierno intente redistribuir o, más en general, con que el gobierno gaste plata y, claro, cobre impuestos altos. Y no solo eso: municipios con 10 añitos más de exposición a la frontera tienen hoy, impuestos a la propiedad 3.3 puntos más bajos. Y hay más.
Si sos más individualista, querés impuestos más bajos y Estado más chico, se tiene que ver en tu voto. Cada década extra de exposición a la frontera de tu municipio aumenta en 2 puntitos el voto republicano entre las elecciones del 2000 y las del 2016.
Ya vas leyendo como 10 minutos y todavía no te hablé de causalidad. Este paper hace algo mejor, no solo te cuantifica el efecto causal de vivir en la frontera, sino que también te cuantifica el efecto “selección”: qué tipo de gente decidía moverse a la frontera. El resultado que vemos hoy (más exposición, más individualismo), seguramente sea la suma de las dos cosas. Vamos por partes.
Lo bueno de la medida de nombres raros es que permite caracterizar a la gente ANTES de que viva en la frontera. Ejemplo: agarrá un año pre-expansión de la frontera; digamos, 1785. Fijate qué tan infrecuente es el nombre de los hijos de las familias neoyorquinas. Tenés a la familia Donovan, que tiene un hijo llamado John y a la familia Smith, que tiene un hijo llamado Esqüilax. Fast-forward 10 años, algunas de esas familias se fueron a expandir la frontera y otras se quedaron. Andá al pueblo de frontera que se acaba de conquistar y fijate si el que se mudó ahí era el padre de John o el padre de Esqüilax. Si están los dos o no está ninguno no podemos decir mucho. Si el padre de John se quedó en casa, pero el de Esqüilax está ahí firme arriba del llobaca con el gorro de cowboy defendiendo la nueva frontera conquista, entonces podemos decir que hay un efecto selección: a la frontera la conquistaron los más individualistas. Bueno, resulta que la probabilidad de mudarte a la frontera era 3.2 puntos más alta si ya eras individualista (medido por la infrecuencia del nombre de tus hijos antes de exponerte a cualquier frontera) que si no lo eras.
Ahora agarrá a todas las familias que eventualmente se mudaron a un pueblo de frontera y que ya tenían algún pibe antes de mudarse y que también tuvieron después. Fijate qué tan raros eran los nombres de los pibes que tuvieron antes de mudarse y comparalos, dentro de la misma familia, con los nombres de los pibes que tuvieron una vez expuestos a la frontera.
El gráfico de arriba compara la rareza de los nombres de los pibes eventualmente mudados a la frontera, ANTES de haberse mudado (del -1 en el eje X hacia la izquierda) versus DESPUÉS (del -1 a la derecha) de haberse mudado. Fijate que la probabilidad de que le pongas un nombre raro a tu pibe ANTES de que la familia se mude a la frontera es parecida a la de cualquiera otra familia. La cosa cambia cuando tenés un pibe pero ya estás mudado: ahí la probabilidad de que le pongas un nombre raro es mucho mayor que la del nuevo hijo de la familia que antes era tu vecina pero que todavía no se mudó (fijate los valores positivos después del año 1 de haberte mudado). Digamos que si naciste antes de que tu familia se mude, probablemente te llamabas John. Si tuviste la desdicha de haber nacido después de que se mudó, en el mejor de los casos te ponen Esqüilax.
O sea: no solo la frontera atrae cowboys individualistas. También termina haciendo individualista a cualquiera que se exponga a la aventura.
Se nace cowboy, pero también se hace.
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El paper de hoy lo encontrás acá.
Acá escribí sobre otro paper de Fiszbein ;)
Nada que ver, pero …
Me gustó esto de Michelle Escobar (de U of Melbourne) sobre como el calor afecta al sueño y, finalmente, a la racionalidad de las decisiones.
Sacamos un working paper nuevo con varios colegas y amigos. Miramos el efecto de una reforma de impuestos progresiva en Argentina en la disposición a pagar. ¿Pagarías más feliz si te enterás que el sistema es progresivo?
Me gustó también esta nota en el Atlantic sobre como nos volvimos solitarios.
Se publicó este gran paper de Saad Gulzar sobre cómo motivar gente buena (que represente las preferencias de los ciudadanos) para que quieran ser políticos. Recomiendo.
En el próximo envío
“Hablá bien”. Las palabras importan. No las que usás vos (o sí, ni idea), más bien las que usan los medios. La próxima semana te cuento cómo las palabras que usan los periodistas impactan tus creencias sobre temas importantísimos.
Buen artículo, como de costumbre. Creo que mientras se lee debería sonar de fondo "living on the frontline" de Eddy Grant.
https://www.youtube.com/watch?v=26fl8mdJ1Pg