¡Hola! ¿Cómo estás?
¿Sos hombre, en pareja con una mujer y ella la está rompiendo en el mercado laboral? ¿Sos mujer, en pareja con un hombre y la estás rompiendo en el mercado laboral?
Uh.
Espero que te guste. Gracias por leer.
Las preguntas de hoy
¿Sufren los matrimonios (heterosexuales) cuando ella gana más que él?
¿Cómo influyen las normas de género en el mercado laboral?
“¿Qué le pasa al amor cuando ella gana más?”, “¿Qué pasa cuando ella gana más que él?”, “Vida en Pareja: Cuando la mujer gana más que el hombre”. Parecen títulos de notas de revistas femeninas (tipo Elle, Vogue, Cosmopolitan, Para Ti), ¿no? Es porque lo son.
A principios del siglo pasado la tasa de participación laboral femenina era baja, tipo 18% en USA para las de 25-44 años, por ejemplo. Para las mujeres casadas en ese rango etario era básicamente 0%, o casi. La cosa fue cambiando gradualmente y ya para los 50’s y 60’s (hola Mad Men) ya andaba por 30-y-algo para las casadas. En los 2000’s ya estaba en 80% y más. Durante todo ese período la de los hombres era más o menos 100% (si nos vamos al siglo anterior, la participación laboral femenina era mucho mayor, pero esa es otra historia).
No solo las mujeres participaban menos del mercado laboral, también ganaban menos. Hoy no me interesa discutir los por qué de esa famosa brecha salarial de género. El punto es que esa brecha se fue achicando a lo largo del tiempo.
Los dos gráficos de arriba salen del documento que armaron los del Nobel para explicar las contribuciones de Claudia Goldin (que no lo ganó este año) y muestran muy claramente las dos tendencias: mujeres trabajando más y ganando más.
Si eras redactor/a de la Cosmopolitan en los 50’s, difícilmente se te hubiera ocurrido pitchear una nota con título tipo “¿Qué le pasa al amor cuando ella gana más?”. No porque no haya sido interesante, sino porque era irrelevante y abstracto: “ella” no ganaba más (gracias si trabajaba): era un no-problema.
Eso cambió.
Si le das una mirada rápida a ese tipo de notas onda Cosmpolitan vas a encontrar un montón de hipotésis sobre por qué cuando las mujeres casadas empiezan a ganar más plata las parejas se resienten. Probablemente te van a parecer una estupidez: que los hombres se sienten poco validados cuando ganan menos, menos viriles, menos poderosos; que la mujer se siente culpable porque tiene más responsabilidad en el trabajo y puede ocuparse menos de las tareas domésticas (o incluso el hombre la hace sentir culpable). La verdad es que todas esas hipótesis no son una estupidez. Al contrario, son bastante profundas. La participación laboral femenina aumentó rápido, pero las normas sociales y las prescripciones identitarias - esas que te hacen sentir amenazado si la jabru gana más que vos - se mueven mucho más lento. Así empiezan los problemas.
Hoy, por primera vez desde que empecé este Newsletter, te voy a pedir que te olvides un poco de la causalidad de las cosas. En las ciencias sociales hay un clarísimo tradeoff entre lo “grande” (e interesante) que es la pregunta que intentamos responder y la rigurosidad con la cual podemos responderla. Si la pregunta es “¿baja la desnutrición darle plata a los pobres en Argentina en 2023?”, responderla causalmente y con rigurisdad es relativamente fácil. Si la pregunta es “¿cuál es la causa del subdesarrollo argentino?”, la respuesta es mucho más difícil y más aún si queremos que la respuesta sea rigurosa y causal.
Las soluciones “de esquina” de este tradeoff rara vez sirven para algo. Dicho de otra manera, si hacés un experimento perfectamente diseñado e impementado para mostrar causalmente que cuando le regalas 10 kilos de manzanas mensuales a una familia, aumenta su consumo promedio de manzanas, no te lo va a publicar nadie, por más riguroso y causal que sea. Si hacés un paper diciendo que la baja en la corrupción genera un aumento grande del PBI mostrando una correlación PBI-corrupción entre países, tampoco te lo va a publicar nadie porque, por más interesante que sea la pregunta, la respuesta está años luz de ser medianamente satisfactoria desde el punto de vista metodológico. En el medio de estos dos extremos están los papers interesantes: los que responden buenas preguntas (aunque tal vez demasiado específicas) pero de una forma rigurosa y causal. Y los que responden preguntan más grandes, generales e interesantes (para las cuales es difícil o imposible encontrar respuestas 100% causales), tal vez no con estrategia causal perfecta y bulletproof, pero con rigurosidad suficiente para defender el argumento. El paper de hoy pertenece a este segundo grupo.
Marianne Bertrand, Jessica Pan y Emir Kamenica publicaron en 2015 su brillantísimo “Gender Identity and Relative Income within Households”. El eje X del gráfico de abajo muestra el porcentaje del ingreso del hogar (parejas heterosexuales) que pone la mujer (sobre el total del ingreso del hogar). La data es de 2008/09/10 y muestra solamente parejas jóvenes (menos de 33 años). El eje Y muestra la distribución. Por ejemplo, el puntito en Y=0.1 dice que en más o menos 10% de las parejas, el ingreso de la mujer representa un 40% del ingreso total del hogar.
Mirá como la proporción de parejas en las cuales la mujer no trabaja (0% del ingreso del hogar) o trabaja muy poco (10, 20% del ingreso del hogar) es bajísima. A medida que empieza a subir el porcentaje en el eje X sube la cantidad de parejas consistentemente hasta que llega el 0.5 del eje X. Ese 0.5 que divide a las parejas en las cuales el hombre gana más que la mujer (las que están a la izquierda) y las que las mujeres ganan más que el hombre (a la derecha). Ahí, justo en ese punto hay un salto discontinuo. Como si pasar de una situación en la que la mujer contribuye con el 40% del ingreso total del hogar a una situación en la que contribuye con el 42% (o, para el caso, del 60% al 62%) no generara ningún cambio drástico, pero hubiera algo especial, particular, específico de pasar de 49 a 51%.
El gráfico de arriba (del US Congress Joint Economic Committee) muestra la tasa de casamientos en el tiempo. La gente se casa cada vez menos, especialmente a partir de los 70’s, coincidentemente con la mujer entrando de lleno al mercado laboral y ganando más. Y muchas veces más que el hombre. ¿Casualidad? Tal vez.
O tal vez no. Quizás esa discontinuidad que te mostré más arriba se relacione con una de las tantas razones por las cuales la gente podría casarse menos: que las mujeres ahora ganan más. Así las cosas, hoy es más probable que, si pertenecés al grupo de hombres que, conciente o inconcientemente, no quiere estar con una mujer que gana mejor (o al grupo de mujeres que, consciente o inconscientemente no quiere que su pareja gane mejor), te encuentres con una mujer (u hombre) que te gusta pero que preferís evitar porque tiene un salario más alto. Seas hombre o mujer, se achicó tu mercado, se hizo menos “denso” y entonces se dan menos matches. El uso de la palabra “mercado” en este contexto no es casual. Las uniones voluntarias entre personas que forman pareja son, básicamente, el producto de interacciones muy parecidas a las de cualquier otro mercado (hasta con fallas de mercado y todo).
Pensá en tu mercado potencial. Vivís, digamos, en Buenos Aires. Tu mercado posiblemente esté ahí. Tenés un doctorado. Posiblemente tu mercado no incluya gente con niveles de instrucción demasiado más bajos que el tuyo (no es una opinión, es lo que suelen mostrar los datos). Si sos judío y tenés, no sé, 70 años, es posible que tu mercado, cuando te casaste, haya estado casi cerrado al de los judíos. Si vivieras en Estados Unidos (en donde la raza parece ser una característica identitaria fuerte), te diría también que tu mercado potencial está bastante circunscripto a gente racialmente afín. De nuevo: no es mi opinión, es lo que los datos marcan.
Como está la cosa, si sos un clase-alta-urbano-progre-bien-pensante, seguramente tu mercado también esté restringido a gente más o menos coincidente ideológicamente (no es joda). Mirá como se va achicando tu mercado potencial. Y si encima tenés que concentrarte en mujeres que ganen menos que vos (si sos hombre) o en hombres que ganen más (si sos mujer), la probabilidad de match se va cayendo aún más.
Marianne y sus amigos agarraron datos (muchos) de USA y calcularon la probabilidad, a lo largo del tiempo, de que un hombre al azar dentro de un determinado “mercado” (blancos, universitarios de tal región, por ejemplo) se encuentre con una mujer al azar en ese mercado y que, potencialmente (en función de sus características), posiblemente vaya a ganar más que él en el futuro. En 2010 era 25%: si querías una mujer que gane menos que vos, ese 25% ya queda afuera de tu mercado. En los 70’s era 11%. ¿Ves como el mercado potencial se achicó?
Pongámosle números: Marianne y su pandilla estiman que un aumento de 10 puntos porcentuales en que una mujer al azar gane más que un hombre (dentro de su “mercado”) reduce en 4.4% la probabilidad de que ese hombre y esa mujer aleatorios se casen. ¿Es causal la cosa o una simple correlación? Ellos dicen que es causal y usan varias estrategias para convencernos. Y creo que lo hacen bastante bien, pero los detalles leelos por tu cuenta. Sigamos.
Supongamos que me creíste todo lo que escribí hasta acá. Cuando un hombre y una mujer detectan que ella posiblemente vaya a ganar más que él en el futuro, es menos probable que se forme una pareja. Pero no es imposible. Tal vez se forma igual y se bancan el malestar que le genera esa violación a las normas de género que dicen que él tiene que ganar más que ella. O tal vez no se lo bancan y el problema termina “explotando” por otro lado. Varias cosas pueden pasar.
Alternativa 1: no trabajar. Se casan pero ella termina no trabajando. Es decir, en un escenario contrafactual en el cual las normas de género no dijeran nada sobre quién tiene que ganar más y quién menos, no solo la pareja se formaría sino que cada uno desarrollaría su potencial y a nadie le molestaría que ella gane más. Pero como las normas si existen y la pareja al final sí se caso, una forma de resolver el problema es que la mujer simplemente no trabaje.
Imaginate que agarrás un montón de datos de hombres y mujeres para muchos años. Tenés de todo: si trabajan o no, su edad, su ciudad, su nivel educativo, lo que quieras. Entonces calculás la probabilidad de que una mujer trabaje en función de todas esas variables. Por ejemplo, la probabilidad de Sara, una mujer de 28 años, con universidad completa, que vive en NYC y cuyos padres trabajan, forme parte de la fuerza laboral debe ser, no sé, 80%. Marianne y compañía muestran que esa probabilidad es significativamente más baja si la mujer tiene un potencial salarial mayor al del hombre promedio de su ciudad, grupo etáreo, raza, nivel educativo, etc.
O sea: la probabilidad de que una mujer decida participar del mercado laboral cae sistemáticamente a medida que aumenta la probabilidad de que, si sigue su carrera laboral, termine ganando más que un hombre promedio de su mercado potecial de parejas. Tal vez se termina casando, sí, pero resigna lo que podría ganar con tal de asegurarse de no desafiar la norma de género.
Alternativa 2: trabajar pero a media máquina. Se casan, ella termina trabajando pero ganando mucho menos de lo que podría ganar. Volvamos a Sara. Cuando terminó el college (estudió economía) le dijeron que una mujer como ella podría esperar ganar 400 mil dólares anuales en 10 años si continúa trabajando en lo que normalmente trabaja la gente de su perfil.
Sara se termina casando con Luis Bertolotti, el tano de NYC, que gana bien pero no tan bien. Saben que en cualquier momento Sara va a empezar a ganar más que él y eso puede traerles problemas. A los 28 deciden que Sara no va a agarrar ese ascenso que le ofrecieron en el banco. Va a trabajar cada vez menos, eventualmente tener hijos, cuidar de los hijos y trabajar part time, ganando mucho menos de lo que el councelor del college la había anticipado.
Marianne y su crew muestran que el salario de mujeres como Sara termina siendo significativamente más bajo de lo que podría haber sido a medida que aumenta la probabilidad de que gane termine ganando más que su marido, dadas sus características. O sea, tal vez se termina casando, sí, y no resigna trabajar, lo sigue haciendo. Pero resigna salario y carrera y le da más vida a su matrimonio.
Alternativa 3: no seré feliz pero tengo marido. Se casan, ella termina trabajando y, no solo eso, sino que no resigna posibilidades de carrera ni salario. Aprovecha su potencial. Pero es infeliz, porque, a pesar de que ella las desafió, las normas están ahí.
Sara y Luis Bertolotti, el tano de NYC, se casan y ella gana más, tal como se lo anticipó el councelor. Si le preguntás a Sara (o al tano) si están contentos con su matrimonio te van a contestar que “mseh”. ¿Cómo se sentiría ese matrimonio si Sara tuviera un potencial un poco menor y ganara un poquito menos que el tanito?
Marianne y su banda muestran que las parejas terminan siendo significativamente menos felices con su matrimonio (de lo que podrían haber sido) a medida que aumenta la probabilidad de que ella gane más que su marido, dadas sus características. O sea, tal vez ella se termina casando, sí, y no resigna trabajar, lo sigue haciendo y ni siquiera resigna oportunidades de carrera. Pero terminan resignando felicidad.
Y si es cierto que Sara llega hasta la alternativa 3, sin ser feliz pero con marido, la probabilidad de que se divorcie debería ser mayor. Y lo es.
Marianne y los del río muestran que las parejas terminan siendo significativamente más propensas a divorciarse (de lo que podrían haber sido) a medida que aumenta la probabilidad de que ella gane más que su marido, dadas sus características.
Frená un minuto. Sentate y pensá si te molestaría o molesta que tu señora gane más que vos (si sos hombre heterosexual) o si te molestaría o molesta ganar más que tu marido (si sos mujer heterosexual). Pensalo bien y contestate sinceramente.
Es posible que no hayas sido sincero. Tal vez porque no quisiste o tal vez porque no pudiste. Si sos hombre, que te moleste que la jabru gane más es un poco aceptar que hay ciertas normas sociales de género más bien antiguas que, quieras o no, te siguen afectando. Si te pregunto si la mujer debería ocuparse más de la crianza de los hijos, posiblemente no me digas que sí porque ahora queda mal. Incluso tal vez ni te atrevas a pensarlo conscientemente pero en algún lugar medio oculto un poco te moleste.
Queda mal porque ya no son los 50’s y ahora, al menos en ciertos países y en ciertos círculos, la norma prescriptiva (“lo que la sociedad cree que está bien”) ya no es más que las mujeres tienen que ocuparse mayoritariamente de la casa. Si ni siquiera te permitís pensar que no te gustaría que tu pareja gane más es porque algo está cambiando y eso, para mí, es una buena noticia. Pero los cambios, no en lo que decimos, sino en lo que sentimos y en la forma en que actuamos en consecuencia, son lentos. Que no lo digamos de forma explícita, no significa que esos sesgos sobre qué rol debería ocupar cada género en la sociedad no existan más.
Hoy tenemos métodos para medir que tan incorporados tenemos ese tipo de sesgos de una forma más implícita, sutil e inconsciente. La evidencia parece mostrar que, no importa qué tan progre te creas, hay una chance no menor de que el sesgo lo tengas incorporado, lo digas o no (en voz alta o en voz baja). Acá te podés testear gratis. Después contame qué te dio.
Te puede interesar
Si querés consultar el paper de hoy podés hacerlo acá.
Acá tenés un montón de cosas que escribió sobre género la flamente nobel de economía Claudia Goldin.
Acá tenes un excelente (en serio) paper que cuestiona un poco las conclusiones del paper de hoy.
En el próximo envío
“Paz y amor”. La próxima te cuento cómo se puede hacer para que personas que pertenecen a diferentes grupos (etnias, razas, nacionalidades) se empiecen a querer más.
Hola, me gustaría saber si el hecho de no ser un hablante fluido de inglés puede cambiar el resultado del test, ya que varias veces confundí las palabras masculinas y femeninas, sobre todo los artículos, cosa que me sucede habitualmente al redactar mails o conversar, por ejemplo.
Super interesante!